Los ciudadanos decidieron que era suficiente COVID y hospitales volvieron al caos: personal de salud

El personal de salud en México está cansado y frustrado y se les nota en la voz. Hace unos meses, se les escuchaba a ratos un tono de enojo, que se acompañaba con un ritmo más rápido en las palabras, cuando hablaban de las personas que no respetaban el confinamiento, de sus amigos fallecidos por atender a los pacientes o de los días transcurridos con una sola mascarilla N95. Ahora hablan con un ritmo medio y un tono plano. No es resignación, es hartazgo, es el efecto de sentirse atrapados en una epidemia que no cede.  
Apenas habían tenido un breve respiro. Los hospitales registraban menos ingresos COVID. Ya se había iniciado el proceso de reconversión a la inversa en algunos, para volver a atender a los pacientes con enfermedades distintas al coronavirus y el ambiente en el interior de las instituciones iba perdiendo la atmósfera densa de una zona de contagio y muerte.
Ahora el caos los está envolviendo de nuevo. Los casos de COVID que se registran cada día van en aumento, después de una ligera baja.
El 10 de mayo, ya con la epidemia instalada a nivel nacional, se registraron en México, de acuerdo a datos de la Secretaría de Salud, 1,562 casos nuevos de COVID-19. Para el 30 de junio ya había 5,414, casi cuatro veces más, en menos de dos meses. 
El 1 de agosto, el día con más casos nuevos de COVID, hubo 8,465. Desde ese punto, la cifra empezó a bajar: en agosto y septiembre los números oscilaron entre 5 mil y 6 mil. El 13 de octubre hubo 4,295.
Pero entonces vino la subida, para el 31 de octubre ya eran otra vez 6,151 los casos nuevos de COVID; el 11 de noviembre fueron 7,646 y este viernes 20 se registraron en la base de datos de la Secretaría de Salud 6,426.
Las cifras de julio no se han alcanzado, pero los casos muestran un oscilante repunte, con foco en estados del centro norte: Querétaro, Zacatecas, Nuevo León, Durango, Chihuahua, Coahuila y Ciudad de México.
Hospitales de nuevo a tope
Elvira Luna, enfermera en el Hospital Central de la Ciudad de Chihuahua, dice que pocos días después de que el estado pasó a semáforo amarillo el 28 de septiembre, los ingresos en esa institución se incrementaron al doble.
La economía necesitaba recuperarse, dijeron los gobiernos locales y el federal, y los semáforos estatales dejaron el rojo, para pasar a naranja, amarillo y hasta verde, en el caso de Campeche. Una parte de la gente necesitaba salir, otra quería salir y salió. Volvió el tráfico en las grandes ciudades, los bares y las fiestas. No importó que la epidemia no registrara un descenso significativo.
El Hospital Central de Chihuahua donde trabaja Elvira es estatal y desde el inicio de la pandemia se enfocó sólo en la atención de pacientes COVID, así que ahí en realidad la emergencia no pasó nunca, pero ahora ha vuelto a empeorar. 
“Ya llevamos ocho meses trabajando así, en la emergencia todo el tiempo, siete horas con el equipo de protección sin poder tomar agua, sin ir al baño”. Siete horas diarias por ocho meses metidos en un uniforme que asfixia y agota, tratando de salvar pacientes con los pulmones y otros órganos a medio reventar.
Siete horas diarias por ya no se sabe cuánto tiempo más. Elvira dice que ya debieron empezar a enviar personas con COVID al Hospital Militar porque en el Central ya no cabían.
El fin de semana pasado se abrieron afuera de ese hospital dos unidades móviles, dos carpas, donde se envía a los pacientes que van mejorando y están más estables, para en las salas quedarse con los críticos.
Samantha, a quien llamaremos así para reservar su identidad puesto que es una enfermera contratada por el Insabi para atender la emergencia y teme tener repercusiones en su trabajo, dice que en el Hospital General de México, en la capital del país, donde trabaja, la torre quirúrgica ya había dejado de recibir pacientes COVID y estaba retomando la atención de cirugías normales.
“Yo ya estoy asignada a quirófano desde septiembre. Después de meses atendiendo a pacientes graves de COVID, viendo fallecimientos todos los días, ya estaba casi en la normalidad de un hospital. Ya solo una torre estaba reservada a COVID, ahora ya son tres otra vez y falta solo que se vuelva a reconvertir esta, la quirúrgica. Creemos que eso pasará pronto, en dos semanas”.
Aurelia, también nombre ficticio, es enfermera en el Hospital General de Zona #47 del IMSS, en la CDMX, durante los peores meses de la pandemia estuvo en el área de urgencias COVID. Recuerda que en junio y julio había hasta 12 ingresos por día al hospital. Ella vivía entre el desgaste que es atender pacientes graves, el agobio del traje de protección y el miedo de contagiarse y contagiar a su hija de dos años.
En agosto cuando los ingresos de las personas con COVID bajaron a cero en algunos días o a 1 o 2, la enviaron al área de hospitalización, ya con los pacientes regulares.
“Ahora no sé qué vaya a pasar, han estado subiendo los ingresos por COVID a hasta siete por día, aún no llegamos a los niveles de junio y julio, pero está subiendo y ya el desgaste ha sido mucho”.
También lo ha sido el riesgo. México es el país con más defunciones por COVID-19 entre los trabajadores de salud. De acuerdo con un informe de Amnistía Internacional, hasta agosto de 2020 habían muerto 1,320; en Estados Unidos, 1,077; en Reino Unido, 649 y en Brasil, 643 integrantes del personal sanitario.
Arriba, abajo y otra vez arriba
El 1 de abril de 2020, los datos del Sistema de Información de la Red IRAG, donde las instituciones están reportando su nivel de disponibilidad, indicaba que había solo 8 unidades médicas con 70% o más de ocupación en camas de hospitalización general y solo 2 con ese mismo nivel en camas con ventilador en Unidades de Cuidados Intensivos UCI. Los hospitalizados por infección respiratoria aguda grave IRAG eran apenas 93.
El 22 de abril, poco más de 20 días después, ya había más del triple de hospitales, 27, con 70% o más de ocupación en hospitalización general, y 14 con el mismo lleno en camas con ventilador en UCI. Los hospitalizados IRAG eran ya 2,857.
Para el 20 de julio, los hospitales que reportaron 70% o más de ocupación en hospitalización general llegaron hasta los 222, más de 27 veces más que los de principios de abril, y 125 con ese nivel de lleno en camas con ventilador en UCI. Los pacientes IRAG alcanzaron los 16,142.
Eran los días de esa atmósfera de muerte y miedo al contagio. Salas de espera vacías, pasillos por donde caminaban en silencio uno o dos de los integrantes del personal, los módulos de comida y las cafeterías cerrados.
Eran los días en los que Janeth Cortés, jefa de enfermeras en el área de terapia intensiva del Hospital Juárez contó a Animal Político el dolor y la frustración de ver a los pacientes morir uno tras otro, pese al esfuerzo del equipo médico y la confianza que los enfermos les depositaban.
“Tuve un paciente con el que estábamos platicando, riendo un poquito, eso fue cuando recién entré a la guardia. Pero al paso de las horas se fue agravando. Ya se estaba cansando porque no podía respirar. Había que intubarlo. Él decidió que sí. Me dijo que se ponía en nuestros manos y falleció”, las lágrimas interrumpieron la narración de Janeth en ese punto.
El mismo dolor y frustración tenía el personal de todos los hospitales donde pacientes COVID fallecían de a cinco por turno, ante un virus que parecía indomable. El dolor y la rabia era también, es todavía, por sus compañeros infectados y fallecidos.
Después vino una leve tregua. Desde agosto los casos de COVID y los ingresos a los hospitales empezaron a bajar. Para el 10 octubre, ya se reportaba que los hospitales con 70% o más de ocupación eran 80, y 70 con ese nivel en camas con ventilador en UCI. Los pacientes IRAG descendieron a 8,693.
Pero el descenso se interrumpió de pronto. Solo 10 días después, el 20 de octubre ya eran 109 los hospitales que reportaban 70% o más de ocupación en hospitalización general, 77 en camas con ventilador en UCI y 10, 396 hospitalizados IRAG. 
La movilidad se había incrementado en el país, la gente volvió a hacer muchas de sus actividades en el espacio público y eso se reflejó en los ingresos a hospital.
A principios de mayo, de acuerdo a los registros de Facebook presentados por la Secretaría de Salud, la movilidad en Chihuahua, por ejemplo, había bajado alrededor de 45%, a finales de agosto ya era hasta 15% más alta que en los meses de enero y febrero, previos a la pandemia.
En Durango pasó algo muy similar y también en Aguascalientes, Coahuila, Nuevo León y Querétaro.
En la CDMX, la gente salió, pero menos. A principios de mayo, la movilidad en la capital cayó más de 65%. A partir de entonces ha ido a la alza, con su punto más elevado en la primera semana de noviembre cuando ya solo era 20% menor que en enero o febrero de 2020.
Carolina Gómez Moreno, médico adscrito al área de urgencias del Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán INCMNSZ, decía hace un mes, a mediados de octubre, en referencia a que la actividad había vuelto casi a la normalidad y la gente andaba en la calle, “es como si el resto del mundo hubiera seguido con su vida y nosotros estamos aquí, como si nada más nosotros siguiéramos en la pandemia, yo sé que la realidad no es así, pero parece que la gente ya decidió que ya tuvo suficiente”.
La médica estaba ya frustrada. “Ver a la gente salir, si me da como el sentimiento de no manches yo no he visto a mis papás viven en Aguascalientes, no he visto a mi mamá, no he ido a ver a mi familia en tantos meses por ser empático, por no estar regando el virus, y la gente sale así como si nada, eso sí me da mucho sentimiento”.
Para el 21 de noviembre había ya 145 hospitales reportando 70% o más de ocupación, 78 con el mismo nivel en camas con ventilador en UCI y 12, 083 pacientes IRAG.
Samantha, la enfermera del Hospital General en la CDMX, dice que ella y sus compañeros esperan otro repunte, por culpa del Buen Fin.
“Cuéntale dos semanas a partir de las filas por el Buen Fin y seguro ya estamos llenos, en menos de dos semanas las terapias de las cuatro torres del hospital ya serán COVID de nuevo”, dice la enfermera con tono de resignación.
Eso del Buen Fin debieron pararlo, dice, “pero pues hay intereses políticos y económicos ahí. Y nosotros, sobretodo, los contratados por Insabi seremos de nuevo la carne de cañón frente al virus y para qué, para que sigan sin darnos la plaza y no nos paguen ni prima por trabajar domingos y días festivos”.
Aurelia, la enfermera del IMSS, dice que frente al repunte siente mucha frustración. “Parece que a la gente no le importa lo que pasa aquí en los hospitales y es desgastante. Nosotros nos restringimos de salir para no arriesgar a los demás, no arriesgar a nuestra familia. Un compañero enfermero falleció por COVID, tenía 37 años, era joven, sano y dejó a una niña, parece que a nadie le importa eso”.
El poco consuelo que hay en estos días entre el personal de salud es que el repunte de contagios no va a la par de un repunte en muertes.
La gente está llegando antes al hospital, dice Elvira, eso nos da un mayor margen al personal sanitario para salvarles la vida.
En los primeros meses de la epidemia, dice, “los pacientes llegaban ya cuando estaban muy complicados, directos a la intubación. Ahorita ya tienen más conocimiento sobre la enfermedad y llegan menos graves, eso nos abre las posibilidades de salvarlos. Por ejemplo si vemos que un paciente se está agravando, le avisamos al médico y se valora si es candidato a intubarse de forma oportuna, en lugar de que esté tan grave que llegué al paro respiratorio aun con el soporte o de que muera en la intubación”.
Entre las estrategias del gobierno para ampliar la atención a los afectados, el martes 17 de noviembre en la conferencia del presidente Andrés Manuel López Obrador anunció que se ampliaba el convenio con hospitales privados, esta vez no solo para transferir a pacientes no COVID, como en los meses anteriores, sino también para atender a personas afectadas por el coronavirus.
“Se ha optado para que en hospitales privados se atienda también a enfermos graves de COVID. Esto no se contempló en la primera etapa del convenio, se atendían a enfermos de otros padecimientos en hospitales privados para liberar espacios, camas, en los hospitales públicos y atender a enfermos de COVID”, dijo el presidente.
La ampliación del convenio le permitirá al sector salud disponer de 150 camas en 50 hospitales privados. Se espera que la medida ayude a quitar presión en las instituciones públicas, mientras hospitales temporales como el del Citibanamex reportan lleno total en sus camas con ventilador.

Con información de: Animal Político

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