“En la cárcel, te das cuenta de quiénes son realmente tus amigos y quiénes no”, reflexiona Reyna. Este doloroso proceso de abandono la ha llevado a comprender que la injusticia no solo se vive en las celdas, sino también en el trato que reciben por parte de la sociedad.
Activistas han señalado que las mujeres en prisión no solo enfrentan condiciones inhumanas, sino que también son objeto de estigmatización. A menudo, las mujeres son vistas a través del prisma del juicio moral, lo que les ocasiona un doble castigo: la privación de libertad y el rechazo social. Esta realidad es más severa para las reclusas, quienes pueden recibir condenas más largas que sus contrapartes masculinos por los mismos delitos, agravando el sufrimiento y la injusticia que ya padecen.
Reyna, al igual que muchas de sus compañeras, ha tenido que encontrar formas de sobrevivir tanto física como emocionalmente dentro del sistema penitenciario. La falta de recursos, el hacinamiento extremo y la falta de atención médica son constantes en su día a día. Sin embargo, Reyna asegura que entre las reclusas también se forma un sentido de solidaridad y comunidad. “Las mujeres dentro de las cárceles se apoyan entre sí, compartimos nuestro dolor y nuestras esperanzas; eso es lo único que nos ayuda a sobrellevar esto”, expresa.
A pesar de las dificultades, Reyna no pierde la esperanza de reconstruir su vida una vez que recupere su libertad. Ya que la lucha por sus derechos y por un trato más justo para todas las mujeres encarceladas continúa, ella se ha convertido en una voz activa que demanda cambios. “No somos solo números o criminales, somos mujeres con vidas y sueños que merecen una segunda oportunidad”, concluye Reyna, reivindicando la dignidad y los derechos de todas las reclusas en México.