Política
Gabriel Castañeda Gómez Mont La militarización de funciones civiles: Riesgos para los derechos humanos y la democracia en México
En las últimas dos décadas, la
militarización de funciones civiles ha crecido de manera alarmante en México.
Lo que comenzó como una estrategia de seguridad pública para enfrentar el
narcotráfico y el crimen organizado, ha evolucionado hasta convertirse en una
constante presencia de las Fuerzas Armadas en tareas tradicionalmente civiles.
Este fenómeno plantea serios riesgos para la protección de los derechos humanos
y el funcionamiento democrático del país. La reciente incorporación de la
Guardia Nacional a la Secretaría de la Defensa Nacional (SEDENA) y la
persistente delegación de funciones administrativas a las Fuerzas Armadas,
agravan las preocupaciones sobre el rumbo que está tomando el Estado mexicano
en su relación con los militares.
De la excepcionalidad a la norma.
La
intervención militar en tareas de seguridad pública en México no es nueva, pero
sí ha cobrado una relevancia mayor desde 2006, cuando el gobierno federal
decidió desplegar a las Fuerzas Armadas para combatir frontalmente a los
cárteles de la droga. Desde entonces, tanto la SEDENA como la Marina han
adquirido un papel protagónico en la estrategia de seguridad, al punto de que
las funciones militares han dejado de ser una medida excepcional para
convertirse en una práctica cotidiana. La creación de la Guardia Nacional en
2019 y su posterior adscripción a la SEDENA consolidaron un modelo de seguridad
militarizada que fue elevado a rango constitucional, lo que no solo normaliza
el uso de la fuerza armada en el ámbito civil, sino que pone en conflicto la
garantía de derechos humanos consagrados en la Constitución.
Este
fenómeno se ha extendido a otras áreas del gobierno, con las Fuerzas Armadas
asumiendo tareas administrativas y de infraestructura, como la construcción del
Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles y la administración de aduanas y
puertos. Este avance militar en el ámbito civil plantea preguntas legítimas
sobre el papel del ejército en una democracia y los riesgos que implica su
expansión en áreas ajenas a la defensa nacional.
La militarización y sus efectos en los
derechos humanos.
Los
datos sobre violaciones de derechos humanos cometidas por militares en tareas
de seguridad pública son preocupantes. La Comisión Nacional de los Derechos
Humanos (CNDH) ha emitido múltiples recomendaciones en los últimos años contra
la SEDENA, la Marina y la Guardia Nacional por casos de tortura, desaparición
forzada y uso excesivo de la fuerza. La persistencia de estas violaciones
sugiere que el enfoque militarizado no solo es ineficiente para reducir la
violencia, sino que además perpetúa un ciclo de impunidad y abuso que mina la
confianza ciudadana en las instituciones del Estado.
La
formación militar, orientada al uso de la fuerza y la defensa territorial,
difiere sustancialmente de la capacitación civil en derechos humanos y
prevención del delito. Cuando se emplean soldados para patrullar calles o
enfrentar protestas, la posibilidad de que ocurran abusos es considerablemente
mayor, en parte debido a la falta de protocolos específicos para el manejo de
situaciones civiles de alto riesgo. Ejemplos como los incidentes en Nuevo
Laredo y Chiapas, donde murieron civiles a manos de militares, evidencian la
falta de formación adecuada y de mecanismos de rendición de cuentas eficaces.
El fuero militar, además, sigue siendo un obstáculo para la justicia, ya que
dificulta que las víctimas de abusos encuentren un camino efectivo para hacer
valer sus derechos.
Efectos en la democracia y el Estado de
derecho.
Más
allá de los problemas evidentes en materia de derechos humanos, la
militarización tiene un impacto profundo en la calidad democrática del país. La
democracia se fundamenta en el principio de la separación de poderes y el
control civil sobre las Fuerzas Armadas. Sin embargo, cuando los militares
asumen funciones propias de autoridades civiles, se difumina la línea entre el
poder civil y el militar, lo cual debilita las instituciones democráticas. La
incorporación de la Guardia Nacional a la SEDENA es un claro retroceso en el
esfuerzo por consolidar una policía civil que esté sujeta a los controles
propios de un Estado democrático.
Además,
la creciente presencia militar en funciones administrativas y de seguridad
genera un entorno donde el uso de la fuerza se convierte en la respuesta
preferida para una amplia gama de problemas sociales, desde la delincuencia
hasta la gestión de migración y el control de manifestaciones. Esto no solo erosiona
la capacidad del Estado para abordar los problemas mediante el diálogo y la
intervención civil, sino que también debilita el principio del Estado de
derecho, ya que la aplicación de la ley se convierte en una cuestión de fuerza
y no de justicia.
La necesidad de un cambio de enfoque.
Para
revertir la tendencia hacia la militarización de funciones civiles, es
imperativo fortalecer las instituciones de seguridad pública y justicia en los
niveles federal, estatal y municipal. La solución no puede pasar únicamente por
el despliegue de militares en las calles, sino por la construcción de un modelo
de seguridad ciudadana que respete la dignidad humana y se base en la
prevención del delito. Las policías civiles deben ser profesionales y
contar con recursos suficientes para desempeñar sus funciones, de modo que sean
una alternativa viable frente a la militarización.
De
igual forma es importante garantizar la rendición de cuentas de las Fuerzas
Armadas en su actuación en funciones civiles. El fuero militar no debe ser un
escudo contra la justicia; por el contrario, es necesario establecer mecanismos
claros y transparentes para que los abusos cometidos por elementos castrenses
sean juzgados en tribunales civiles. La experiencia internacional demuestra que
la reducción de la violencia y el fortalecimiento del Estado de derecho pasan
por políticas de seguridad que privilegian el respeto a los derechos humanos y
la protección de la población.
La
creciente militarización de funciones civiles en México no solo plantea
desafíos para los derechos humanos, sino que también representa un riesgo
significativo para la calidad democrática del país. Las Fuerzas Armadas cumplen
una función crucial en la defensa nacional, pero no están diseñadas para asumir
roles propios de las instituciones civiles. Continuar por la senda de la
militarización no resolverá los problemas de seguridad, sino que perpetuará un
ciclo de violencia y desconfianza. Es momento de replantear la estrategia de
seguridad y de fortalecer las capacidades civiles, garantizando que la
protección de los ciudadanos se base en la justicia y no en la fuerza.
La
preservación de la democracia en México depende de la capacidad del Estado para
limitar la intervención militar en la vida civil y para garantizar que los
derechos humanos sean el fundamento de todas sus políticas públicas.